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Un caballero a la antigua

Vive en un antiguo hotel, solo y a sus 43 años no piensa en casarse. Es conservador, monárquico y su vida transcurre entre sus libros de Riva Agüero y la contemplación de los objetos que adquiere en tiendas de antigüedades. Es Caballero de la Orden de Malta, pero no le importó convertirse en ‘Huevo duro’ durante la campaña municipal. Con ustedes, el regidor metropolitano Fernán Altuve.Por Óscar MirandaFotos rocío orellanaPublicada en La República

Fernán Altuve dice que su comedor está hecho un desastre, un de-sas-tre. Los anaqueles y repisas están sobrepoblados de libros y la mesa ha sido tomada por ejércitos de papeles. “Tooodo esto es de la municipalidad de Lima, que me tortura”, señala el desorden, mientras me conduce por el ambiente hablando con ese tonito un poquito engreído, un poquito chillón que lo caracteriza. “No he podido invitar a nadie a comer este año”, se queja, melodramáticamente, “¡dóoonde voy a poner todo esto!”.

A pesar de los lamentos de Altuve, su casa –un departamento de 190 metros cuadrados en el Palace Court, el histórico hotel para extranjeros en San Isidro, convertido en residencia de familias ricachonas– luce muy ordenada. Como su ocupante, es elegante, clásica y algo chapada a la antigua, con sus techos altos, sus estatuillas de bronce y su amplia chimenea.

Altuve vive solo aquí desde 2003, cuando falleció su madre. Tiene 43 años. Está soltero y no hay perspectiva de que su estado civil vaya a cambiar pronto.  “En algún momento tuve una novia”, dice mientras cruza las piernas. El saco y la chalina que se ha puesto esta tarde, más los lentes, le dan un aire de abuelito joven. Le pregunto qué pasó con aquella mujer y se limita a decir que “a veces uno quiere a otro pero el otro no lo quiere a uno”. El tono misterioso se acaba cuando le pregunto si la familia no lo presiona para que consiga pareja: “¡Horriblemente! ¡Las tías! ¡Tooodo el tiempo!”. Dice que le ofrecen a las hijas de sus amigas, que si fuera por ellas le organizarían un casting allí en la casa, pero que él prefiere seguir como está hasta que encuentre a alguien por su cuenta. “Además… creo que soy una persona muy difícil para convivir”.

En cuestiones domésticas, Altuve se declara un completo inútil. Ni siquiera tiende su cama. Una señora viene regularmente a limpiar la casa y otra, todos los días, a cocinarle. ¿En verdad no cocina nada?, le pregunto y él responde que no, que nada. “Pero sé hervir un huevo”, agrega y se ríe, con esa risa suya, aguda, con pequeñas risitas como pinchazos, como gotas de una sustancia ácida, con los ojazos que se le entrecierran, divertidamente.

Católico y monárquico

Fernán Romano Altuve-Febres Lores (tal es su nombre completo) pasó su infancia en Portugal y España, países donde su familia se instaló espantada por el régimen de Velasco. Su padre era un ex militar venezolano convertido en empresario. Su madre, una dama de la alta sociedad loretana. Marcela Lores era una mujer militantemente católica y transmitió esa devoción a sus hijos. El regidor metropolitano es muy religioso, va todos los meses a la iglesia de La Merced a visitar a la Virgen de Copacabana y al Padre Urraca y, en octubre, a la procesión del Señor de los Milagros, “aunque sea una vez, me acerco al anda, camino dos cuadritas y me voy, tampoco me quedo mucho porque las multitudes y yo… no nos entendemos”.

De la educación europea trajo su adicción a los libros. Negado para los deportes y para cualquier actividad que requiriese alguna operación física, fue un ratón de biblioteca. A los ocho años pidió de regalo la Enciclopedia Salvat de 12 tomos. Se la leyó enterita. “Los libros son como mis hijos. Y son muy prolíficos, se reproducen constantemente”, dice, mientras señala con una sonrisa los anaqueles del comedor. Lee todos los días de 12 a 2 de la madrugada, arropado en su cama. De todo, pero sobre todo de Historia, de Filosofía y de Derecho, sus tres pasiones. Poca literatura. “Me demoro mucho leyendo una novela, en cambio lo otro lo leo muy rápido. Literatura, generalmente los clásicos. Shakespeare. Las comedias griegas o latinas… O sea, no he terminado de leer a los clásicos y ¿me voy a poner a leer las últimas novedades?”, se ríe.

Altuve es monárquico. Sostiene que tras la Independencia, lo mejor que le pudo haber pasado al Perú fue que se instaurara una monarquía constitucional como quería San Martín. Dice que más allá de las imágenes de la monarquía que nos transmiten revistas como Hola, ser monárquico es buscar un norte, una columna vertebral que ponga en su sitio cada parte de un país fracturado. Hablar de autoridad, de autoritarismos, nos lleva rápidamente al tema Fujimori. Altuve se reconoce fujimorista –el año pasado fue candidato al Congreso con la ‘K’ en el pecho–, pero admite que el de su líder fue un régimen autoritario. “Soy fujimorista ahora en el sentido de que guardo gratitud a Fujimori por cómo se portó conmigo, pero no soy militante activo. Y de ahí a considerar que el fujimorismo tiene una doctrina, un sustento ideológico… no lo creo”, dice.

Desde 2008, Fernán Altuve es Caballero de la Orden de Malta. Lo invitó el ex canciller fujimorista Fernando de Trazegnies, Gran Maestre de la Orden en el Perú. La Orden de Malta fue fundada en el siglo XI como una orden hospitalaria, pero durante las Cruzadas adquirió naturaleza militar. Probablemente influenciado por lecturas superficiales de los libros de Dan Brown, le pregunto sobre sus ritos y ceremonias. Con una sonrisa, Altuve aclara que las únicas ceremonias se realizan cada 24 de junio, día de San Juan, y durante el mes morado. “No usamos máscaras ni hacemos sacrificios. El único sacrificio es escuchar misa”, dice entre risas.
La rebelión de ‘Huevo duro’

Jurisconsulto, catedrático en Historia y Derecho Romano, doctor en Filosofía, caballero de la Orden de Malta y todo, en las elecciones municipales vimos todos a Altuve convertido en el candidato ‘Huevo duro’. ‘Huevo duro’ a bordo de una combi con una caricatura suya, ‘Huevo duro’ bailando un reggaetón compuesto por Los Chistosos, ‘Huevo duro’ y un grupo de simpatizantes corriendo hacia la Plaza de Armas, detenido por los policías, arrastrado por el piso, zamaqueado, cualquier cosa… ¿Por qué este respetado constitucionalista se había transmutado en un personaje tan esperpéntico? ¿Por qué?

–¿Por qué se convirtió en ‘Huevo duro’?

–Me tocó y uno hace lo que le toca.

–¿Qué le tocó?

–Se les ocurrió ponerme ‘Huevo duro’ y, bueno, pues así es la vida, a veces te toca bailar con la más fea, y yo bailé.

–¿Pero por qué bailó?

–Eso es lo que me dijo mucha gente, ¿por qué te metes? ¿Qué hacías de ‘Huevo duro’?… Yo asumí una responsabilidad. Yo era el tercero de una lista. Al primero (Álex Kouri) lo tacharon, la segunda (Yvonne Frayssinet) renunció. Yo tenía dos opciones: irme o asumir la responsabilidad de un grupo de candidatos a alcaldes y regidores. Yo la asumí. Y ahí fue Bayly el que me puso ‘Huevo duro’.

–Pero usted asumió la chapa feliz.

–Por supuesto, lo acepté, ¡lo acepté! Yo pude haber dicho ‘no, yo soy abogado’, y, claro, mucha gente hubiera dicho ‘se picó, no le gusta el mote que le ponen’. En política uno acepta el mote que le ponen.

–Usted llevó las cosas al límite. Se metió corriendo a la Plaza de Armas…

–Así es (sonríe).

–Los policías lo tenían por el piso…

–Así es, me sacaron el ancho.

–En medio de gases…

–Así es, con Barney y el Rey León.

–¡Con Barney y el Rey León!

–Así es, así es (se ríe).

–¿No tenía miedo al ridículo?

–(Piensa). No. Esta marcha respondió a que no solo se habían bajado al candidato principal sino que querían bajarse a todos los candidatos. Nosotros hoy día tenemos cinco alcaldes, ¡cinco! Si no hubiera habido esa marcha con ‘Huevo duro’, con Barney y con el Rey León no se hubiera llamado la atención de que nos iban a sacar. Como dijo un profesor mío, jurista español, “si yo no le tuve miedo a las balas de mis enemigos en la guerra del 33, ¿por qué voy a temer a las risas de mis amigos?”.

Lo inadecuado de ser gay

“Esta es la pieza más bonita de la casa”, dice Altuve. Se refiere a la estatuilla de Andrés Avelino Cáceres que adorna una de las esquinas de la sala. Altuve vio esta estatuilla hace años en Palacio de Gobierno, una vez que lo invitó Paniagua. Le dijeron que era una pieza única. El 2003, curioseando en una tienda de antigüedades la encontró. Los Toledo-Karp acababan de remodelar Palacio y el jurista temió lo peor: “¡Esta bruja ha rematado a Cáceres!”. Decidido a proteger la figura del héroe de La Breña, pagó y se la llevó a casa, con el remordimiento de quien compra algo robado. Cinco minutos después, entró a la tienda un embajador enviado por Cancillería para adquirir la estatuilla. Enterado de que se le habían adelantado, telefoneó a Altuve para pedirle que se la vendiera. “Aunque sea ponla en tu testamento para Torre Tagle”, le rogó, pero el engreído propietario se negó, “¡es mía!, ¡déjame a mí con mi Cáceres!”. Años después, invitado otra vez a Palacio, vio a su mariscal en el mismo lugar en el que lo había visto por primera vez. Entonces se dio cuenta de que había comprado una pieza idéntica. Pensó en Karp. Y se la retiró.

Altuve es conservador. Es amigo del cardenal Cipriani, que es vecino suyo y con quien en ocasiones va de compras al Vivanda del barrio. Como experto en Derecho canónico, suele emitir opiniones que sustentan la pretensión del arzobispo de Lima de controlar a la PUCP. También justifica su decisión de no renovarle la licencia pastoral al padre Garatea. Altuve dice que le parece una imprudencia que Garatea hablara sobre el celibato y sobre la unión civil públicamente. “Yo puedo opinar sobre eso porque soy un laico católico, pero él es sacerdote. Él tiene tres votos: castidad, pobreza y obediencia”, dice.

–¿Si fuera congresista apoyaría la unión civil entre personas del mismo sexo?

–Depende de cómo se planteara, pero probablemente sí.

–¿Qué piensa de la homosexualidad?

–Yo estoy de acuerdo con la doctrina eclesiástica. La homosexualidad, y está en todos los documentos, no está considerada como un comportamiento adecuado.

–¿Es antinatural?

-Sí, se utiliza esos términos claramente en las Sagradas Escrituras.

–¿Es de los que cree que se puede ‘curar’?

–Curar significa decir que es una enfermedad. Yo no sé si lo sea.

–¿Y cree, como el cardenal, que los homosexuales no están en el plan de Dios?

-Esas no han sido sus palabras. Nada pasa fuera del plan de nuestro Señor.